Es Mila 23, un pueblo de 450 habitantes (censo de 2011), situado en una isla deDelta del Danubio, en el que a principio del siglo XX vivían tan solo 3 familias. En aquel entonces era un lugar tan aislado, que casi se queda sin nombre, pues ni siquiera se habían preocupado mucho en buscárselo, así que este se quedó en “Mila 23”, (“Milla 23”), que sencillamente proviene de la milla marina asignada a la zona y que marcaba la distancia en la antigua rama del Danubio de Sulina, cuenta Rubén Herranz.

mila 23-in deltaFoto: USER UPLOADED

A Mila 23 se llega solo en barco, después de atravesar un bosque de juncos y nenúfares. Es un pueblo de pescadores, cuyas casas, en su mayoría pintadas de azul, están colocadas en una única fila a lo largo del Danubio. Allí conviven desde hace siglos ucranianos, rusos, lipovenos (rusos de rito antiguo) y algún turco. Son un modelo de convivencia,casi sin darse cuenta. De hecho, la buena convivencia entre etnias– más de 15 - es una característica de todo el Delta del Danubio, que se nota desde la mera entrada en los pueblos, donde los carteles están en rumano, ruso o turco, hasta los vestidos típicos en los días de fiesta, en la gastronomía o en la multitud de idiomas que puedes escuchar en la calle. Todo esto forma un mosaico impresionante que, sin lugar a dudas, da gran riqueza a una de las zonas más multicultural de la ya multicultural Rumanía.

Puede que el grupo más curioso lo formen los rusos lipovenos. Este grupo de población desciende de rusos que huyeron de Rusia durante el siglo XVIII, pues eran perseguidos por no haber aceptado una reforma de la iglesia ortodoxa rusa. Parece que incluso Catalina la Grande mandó una expedición militar a capturarlos y llevarlos de vuelta a Rusia, pero parece que aquella expedición terminó por unirse a los fugados y se quedaron a vivir en el delta. Hoy viven en toda esta zona, su oficio tradicional es la pesca, continúan practicando la religión por la que huyeron de Rusia (son conocidos también como “Ortodoxos de Rito Antiguo”), hablan una variante propia del ruso antiguo, y conservan muchas de sus costumbres ancestrales.

En Mila 23, como en toda la zona, se han dado cuenta que aparte de ser pescadores, como sus antepasados, se pueden dedicar al turismo. Y así, en los últimos años, han florecidos las casas rurales o pensiones bien equipadas (incluso con wifi, un recurso habitual incluso en los rincones más perdidos de Rumanía) que reciben con los brazos abiertos a los turistas. Y dadas las circunstancias geográficas, los pequeños hoteleros se han juntados con los pescadores que les proveen el pescado más fresco imposible para ofrecer las comidas y con los patrones más carismáticos para pasear en sus barcos a los turistas o para sencillamente acompañarles a pescar. Gran trabajo en equipo, ¿no?

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